Redes sociales: el nuevo campo de batalla informativa

Redes social: el nuevo campo de batalla informativa

Alguien despierta en mitad de la noche. No enciende la luz, pero sí el celular. Apenas desliza el dedo, aparece la noticia: algo grave ha pasado. Lo reenvía. Lo comenta. Minutos después, miles hacen lo mismo. Nadie se detiene a preguntar si es cierto. Así es el poder —y el riesgo— de las redes sociales en la difusión de la información.

En esta era de hiperconectividad, donde un meme recorre el mundo en segundos y un video puede cambiar la opinión pública, las redes sociales se han convertido en el principal escenario donde se produce, distribuye y valida la información. Son ventanas abiertas al mundo… pero también espejos deformantes.

De consumidores a emisores: una revolución en manos de todos

Hace apenas dos décadas, el acceso a la información dependía de medios tradicionales. Hoy, cualquier persona con un teléfono y conexión puede “ser noticia”. Plataformas como Twitter, Instagram o TikTok han descentralizado el proceso comunicativo (van Dijck, 2016), permitiendo que múltiples voces entren al juego.

Este cambio ha democratizado el discurso público, ampliando el alcance de causas sociales, minorías o movimientos emergentes. La llamada “cultura participativa” (Jenkins, Ford & Green, 2013) transforma a los usuarios en actores activos, que no solo leen, sino que comentan, adaptan y comparten contenido.

Pero como advierte Peña Acuña (2019), la abundancia de datos no siempre trae claridad. La saturación de mensajes y la falta de filtros pueden convertir la red en un laberinto donde la verdad se diluye entre titulares llamativos y afirmaciones sin sustento.

La otra cara del algoritmo: emociones, fake news y cámaras de eco

Lo viral no siempre es lo verdadero. El diseño algorítmico de las redes favorece lo que emociona, no lo que informa. Por eso, las fake news —esas noticias falsas disfrazadas de realidad— se esparcen como incendios en temporada seca. Blanco Alfonso, García Galera y Tejedor Calvo (2019) lo explican: el contenido polarizante o escandaloso recibe más atención, y por tanto, más difusión.

Esta lógica tiene consecuencias reales. Decisiones políticas, comportamientos de consumo o incluso creencias sanitarias pueden verse distorsionadas por una narrativa manipulada. Durante la pandemia de COVID-19, la OMS habló de una “infodemia”: un exceso de información, muchas veces errónea, que agravó la crisis en lugar de aliviarla (OMS, 2020).

Piñuel Raigada (2021) pone el dedo en la llaga: las redes no solo propagan datos, sino que crean burbujas. En estas cámaras de eco, cada usuario se rodea de personas que piensan igual, reforzando ideas sin contraste, anulando el debate y silenciando la duda.

¿Todos podemos informar? Sí. ¿Todos influyen igual? No.

Aunque las redes sociales permiten que cualquiera emita mensajes, no todos tienen el mismo alcance. La ilusión de horizontalidad muchas veces oculta las estructuras de poder que continúan operando. Empresas, gobiernos y medios consolidados utilizan la pauta publicitaria para moldear la conversación pública (Manfredi, 2018).

Y no solo se trata de política. Las industrias culturales —cine, música, influencers, moda, entretenimiento— aprovechan las redes para instalar valores, comportamientos y estilos de vida. Lo que antes necesitaba años para consolidarse culturalmente, hoy puede lograrse en una campaña viral bien diseñada (García Canclini, 2022).

En Ecuador, por ejemplo, se ha visto cómo se posicionan tendencias de consumo a través de influencers contratados por marcas extranjeras, que instalan formas de vestir, hablar o comportarse (Pérez et al., 2020). En campañas políticas recientes, también se ha evidenciado cómo hashtags y memes han sido utilizados para desinformar o reforzar narrativas populistas (Cobo & Herrera, 2023).

En países como Colombia, México o Argentina, grandes conglomerados mediáticos han migrado parte de su inversión a las redes sociales, combinando estrategias digitales con telenovelas, música urbana o eventos masivos, fortaleciendo imaginarios colectivos que, muchas veces, reproducen estereotipos o banalizan el debate social (Alabarces, 2021).

Cuando el algoritmo amplifica el miedo: populismos digitales en Ecuador y la región

En este océano de mensajes, hay corrientes que arrastran con más fuerza. En los últimos años, en Ecuador y otros países de Latinoamérica, hemos sido testigos del ascenso de discursos que, aunque se presentan como “anti sistema”, reproducen patrones autoritarios, racistas o machistas (Salazar, 2022; Pérez & Valverde, 2021). Lo inquietante es que muchas veces estos mensajes llegan de forma edulcorada, envueltos en humor, nacionalismo o supuesta “libertad de expresión” (Ventura, 2020).

Durante elecciones recientes en Ecuador, por ejemplo, ciertos influencers, páginas de memes y cuentas anónimas difundieron ideas conservadoras, muchas veces apelando al miedo al caos o a la inseguridad. Estas narrativas, en su mayoría asociadas a sectores de derecha radical o neofascista, no se sostienen por argumentos complejos, sino por frases virales, acusaciones infundadas y un constante “ellos contra nosotros” (Cobo & Herrera, 2023).

Este fenómeno no es exclusivo del país. En Brasil, Jair Bolsonaro consolidó su poder apoyado en una red de desinformación digital organizada a través de WhatsApp, YouTube y Twitter, apelando al nacionalismo y el militarismo (Maranhão, 2020). En El Salvador, Nayib Bukele ha construido una imagen de líder infalible gestionando su narrativa en redes, atacando a medios críticos y reforzando un discurso de “mano dura” desde TikTok y Twitter (Martínez & López, 2023). En México y Argentina, sectores ultraconservadores han utilizado estrategias similares para impulsar discursos anti derechos, especialmente contra la agenda feminista o LGBTQ+, disfrazándolos de “defensa de la familia tradicional” (García Canclini, 2022; Alabarces, 2021).

La clave de su éxito está en comprender que no necesitan convencer a todos: solo necesitan encender emociones. El algoritmo hace el resto, amplificando lo más polémico, lo que genera reacciones inmediatas (Gong et al., 2023).

Las redes sociales, entonces, no solo son herramientas: son armas culturales donde se disputa el sentido común de la sociedad.

Información al instante… ¿a qué precio?

La velocidad con la que se transmite un mensaje en redes sociales es asombrosa. Lo que antes tomaba días, ahora sucede en segundos. Esto ha sido aprovechado por marcas, medios y figuras públicas para estrategias de marketing en tiempo real (Improvado, 2024). Aprovechan trending topics y momentos virales para posicionar mensajes, productos e incluso ideologías.

Sin embargo, esta urgencia también puede ser peligrosa. En la carrera por “ser los primeros”, muchas veces se sacrifica la verificación. El periodismo de calidad, que requiere contrastar fuentes y analizar contexto, queda relegado frente al clic rápido y el titular sensacionalista (Manfredi, 2018).

Del texto al video corto: nuevas formas de contar (y entender)

Los formatos también han cambiado. Los usuarios ya no quieren leer párrafos largos, sino ver videos breves, stories o reels que expliquen el mundo en 15 segundos. Esta tendencia, destacada por Hootsuite (2024), redefine el consumo informativo y obliga a los comunicadores a adaptar sus mensajes sin perder profundidad.

Además, con la llegada de la inteligencia artificial y la personalización algorítmica, cada persona recibe una versión del mundo adaptada a sus gustos. Gong et al. (2023) alertan: estas burbujas de filtro pueden limitar la exposición a otras perspectivas, profundizando la fragmentación social.

Una brújula para navegar el caos: educación mediática y pensamiento crítico

Frente a este panorama, la solución no puede ser únicamente técnica o legal. La clave está en la formación. Aprender a leer críticamente una publicación, a verificar su origen, a detectar sesgos, se vuelve tan esencial como saber leer y escribir.

Pérez et al. (2020) subrayan la necesidad de fortalecer la alfabetización digital y mediática desde edades tempranas. La UNESCO (2021) coincide: una ciudadanía informada y crítica es la mejor defensa frente a la desinformación.

El futuro está en nuestras manos (y pantallas)

Las redes sociales no son buenas ni malas por sí mismas. Son herramientas poderosas, que pueden conectar o dividir, empoderar o manipular. El desafío está en cómo las usamos, cómo educamos a las nuevas generaciones y cómo equilibramos libertad con responsabilidad.

En un mundo donde cada segundo nace una nueva historia digital, quizá la verdadera revolución no está en la tecnología, sino en la conciencia con la que la habitamos.


Fuentes (APA)

  • Alabarces, P. (2021). Fútbol, política y violencia: Las derechas populistas y los discursos del sentido común en América Latina. CLACSO.
  • Blanco Alfonso, I., García Galera, M. C., & Tejedor Calvo, S. (2019). El impacto de las fake news en la investigación en Ciencias Sociales. Historia y Comunicación Social, 24(2), 423–432. https://doi.org/10.5209/hics.65836
  • Cobo, C., & Herrera, S. (2023). Narrativas digitales en Ecuador: memes, emociones y polarización política en campaña. Revista Andina de Comunicación, 12(1), 44–59.
  • García Canclini, N. (2022). El nuevo sentido común ultraconservador: redes, cultura y política en disputa. Revista de Estudios Latinoamericanos, 48, 89–104.
  • Gong, S., Sinnott, R. O., Qi, J., & Paris, C. (2023). Fake News Detection Through Graph-based Neural Networks: A Survey. arXiv:2303.09740.
  • Hootsuite. (2024). 15 tendencias en redes sociales. https://blog.hootsuite.com/es/tendencias-en-redes-sociales/
  • Improvado. (2024). Real-Time Marketing. https://improvado.io/blog/real-time-marketing
  • Jenkins, H., Ford, S., & Green, J. (2013). Spreadable Media. NYU Press.
  • Manfredi Sánchez, J. L. (2018). Fake news y posverdad: Relación con las redes sociales y fiabilidad de la información. Fonseca, Journal of Communication, 17, 19–35.
  • Maranhão, T. (2020). WhatsApp y la estrategia comunicacional de Bolsonaro: desinformación, religión y militarismo. Comunicação & Política, 27(1), 121–137.
  • Martínez, R., & López, A. (2023). Bukele y la política del algoritmo: control informativo en El Salvador. Cuadernos Centroamericanos, 56(2), 14–27.
  • OMS. (2020). Managing the COVID-19 infodemic. https://www.who.int
  • Peña Acuña, B. (2019). Historias en red. Fragua.
  • Piñuel Raigada, J. L. (2021). Noticias falsas en tiempos de la posverdad. Revista Mexicana de Opinión Pública, 31(1), 7–23.
  • Pérez, M. F., Rodríguez, A., & Salinas, M. (2020). Redes sociales virtuales en la difusión de información y conocimiento. Estudios sobre el Mensaje Periodístico, 26(1), 181–197. https://doi.org/10.5209/esmp.67665
  • Pérez, R., & Valverde, M. (2021). La ultraderecha y las redes sociales en Ecuador: prácticas discursivas en tiempos de campaña. Revista Latinoamericana de Comunicación, 19(2), 102–120.
  • Salazar, J. (2022). Neoconservadurismo digital: el nuevo lenguaje político de la derecha en América Latina. Nueva Sociedad, (298), 66–80.
  • UNESCO. (2021). Media and Information Literacy Curriculum for Teachers. UNESCO.
  • Ventura, J. (2020). La estética del meme político: humor, odio y viralización. Revista ICONO 14, 18(1), 45–62.

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